Una vez bebimos té con cinco cucharadas de azúcar, y nos pareció normal: el dulzor, el calor de la taza, la sensación de confort de la infancia. Nadie hablaba entonces de “índice glucémico” o “insulina”. Pero con el paso de los años, todo cambia.
Lo que antes era un placer ahora duele. Hoy, esos mismos hábitos se traducen en diagnósticos que ni la dieta ni la medicación alcanzan a revertir. Uno de ellos es la diabetes, que no empieza con golosinas, sino con cansancio, sed constante y esa sensación de que ya no es usted el de antes.
En México, según cifras oficiales, la diabetes afecta a más de 13 millones de personas. Sin embargo, los médicos admiten francamente que por cada 3-4 casos detectados hay una persona que no está registrada. Esto significa que, de hecho, uno de cada seis adultos tiene un diagnóstico.
No estar diagnosticado no significa estar a salvo. La mayoría de los pacientes se les diagnostica en una fase en la que la enfermedad ya ha ido demasiado lejos. Es decir, cuando los riñones muestran daño, la visión se deteriora, los pies pierden sensibilidad o se produce un infarto indoloro y súbito, porque la diabetes ha tenido tiempo de dañar los vasos sanguíneos y los nervios. Sí, un infarto silencioso.
Bienvenido a la realidad de la diabetes.
Lo más peligroso de la diabetes es que usted se siente normal, hasta que su cuerpo ya no da más. Y nunca sabrá exactamente cuándo cruzó el punto de no retorno.
Si tiene más de 45 años, ya está en riesgo. Si tiene sobrepeso, ese riesgo se multiplica por 3 o 5. Si está nervioso a menudo, duerme mal, come a la carrera o lleva un estilo de vida sedentaria, cada uno de estos factores actúa como un eslabón más
en la cadena que conduce a un diagnóstico definitivo. La diabetes no viene de afuera: es el resultado de un estilo de vida. Por eso muchos temen ir al médico: no por un diagnóstico incierto, sino por la certeza de que la raíz está en sus hábitos.
He aquí unas estadísticas alarmantes en Mexico: más del 70% de los pacientes con diabetes tipo 2 tienen sobrepeso y, en su mayoría son obesos. Uno de cada dos diabéticos padece también hipertensión, lo que significa que sus vasos sanguíneos llevan tiempo sufriendo: aterosclerosis, hipertensión, edemas y falta de oxígeno.
Los nervios se deterioran: aparecen entumecimiento, calambres y ardor. Usted deja de sentir dolor y, en casos graves, puede llegar a perder dedos, pies o incluso extremidades. Los vasos sanguíneos, sometidos al exceso de glucosa, se vuelven frágiles y quebradizos, lo que desencadena una reacción en cadena: accidentes cerebrovasculares, infartos de miocardio, insuficiencia renal. El suministro de nutrientes al cerebro se reduce, incrementando el riesgo de demencia; y, en los ojos, la diabetes se convierte como la primera causa de pérdida de visión en el mundo.